martes, 12 de marzo de 2013

Sanidad pública madrileña. Encuentros para-anormales

Queridos/as in fantes e in fantas:
Hace un mes que ingresó mi madre en un hospital de los de la sanidad ¿pública? madrileña. De esos de los que están despidiendo enfermeras/os de los de toda la vida, celadores, limpiadoras y médicas/os.
El trato en el hospital ha sido, cuanto menos, decente; no ha habido que ponerse en huelga de hambre por la comida. Vamos que en general la nota puede estar en un aprobado alto si tenemos en cuenta el clima de crispación del personal y de los pacientes (algunos impacientes).
La nota de color ha venido esta tarde cuando ha venido la guagua a buscar a mi madre para llevarla a casa. Lo he escrito bien, guagua, porque de ambulancia no tenía nada habida cuenta de que en el parte de traslado figura bien claro transporte individual, como corresponde a una persona en las condiciones particulares que presenta mi madre.
La primera lindeza es que en lugar de trasladarla en silla de ambulancia o en camilla le han sentado en el primer asiento de una fila de ellos hasta que me han pedido que "brincara" por encima de ella para sentarme a su izquierda. Al indicarles que tengo una lesión de columna además de una operación en las vértebras han optado por "mover"a la pobre un asiento más allá con el consiguiente dolor, propio de una persona con movilidad reducida y una suerte de problemas articulares de tres pares de pelotas...
Hecha esta operación han montado en la misma guagua a una señora operada de rodilla a la que han hecho subir "utilizando la pierna buena". Recién colocada una prótesis le han animado diciendo "ya verá como sí que puede, esto lo hago yo todos los días". Su hija, que al igual que yo, iba de acompañante ha tenido que sentarse al lado del conductor (el conductor no lleva acompañante por los recortes) porque íbamos a pasar por otro hospital a recoger a otro paciente que precisaba para el transporte oxígeno.
Una vez que hemos llegado a este otro centro el hombre ha subido con el consiguiente "ya verá como sí que puede, esto lo hago yo todos los días". Le han desconectado el oxígeno que llevaba en la silla y al ir a conectar a la bombona de la guagua se ha comprobado que la bombona estaba defectuosa. Hecha la pregunta "pero usted... aguanta hasta casa ¿no?" (después de diez minutos de pruebas en la boquilla de la puta bombona y de darnos un pasmo con las puertas de la guagua abiertas) ha montado la mujer de este señor al lado del conductor (sí, una más) y hemos emprendido la ruta del bacalao.
Primera parada: dejar al hombre desoxigenado en un barrio a la izquierda de la calle General Ricardos. El pobre hombre vive en un segundo sin ascensor y para subirle hemos tenido que esperar a que llegara una segunda ambulancia con otro paciente dentro para que entre los dos conductores le pudieran subir a su casa.
Segunda parada: Avenida de Oporto para dejarnos a nosotros, pero hemos tenido que esperar quince minutos a que llegara el otro conductor, después de dejar a su paciente en la calle Alcaudón, para poder subir a mi madre a su tercero sin ascensor (gracias queridos e hijos de puta vecinos).
Después se han ido las dos ambulancias a Villaverde a llevar a la tercera pasajera de esta particular guagua. La tenían que subir a su casa, que igualmente es un tercero sin ascensor. Imagino que le habrán dicho "ya verá como sí que puede, esto lo hago yo todos los días".
No sé, creo que la mayoría habrá pillado, salvo si esto lo lee el subnormal profundo del consejero de sanidad o el payaso de su jefe o la inspiradora de estos desaguisados, la sin par Esverguenza Aguirre, el gasto magnífico al utilizar dos ambulancias para un mínimo de cuatro traslados (uno de ellos individual) "ahorrándose" la mierda de sueldo que le dan a un auxiliar/acompañante.
Debemos de tener también en cuenta que, aunque los conductores estaban "cachas", están sometidos a una fuerte presión tanto física como psíquica, ya que son conscientes de que no son formas de tratar a personas que están convalecientes y antes o después esto les pasará factura.
Debo de dar las gracias también a la hija de puta de la alcaldesa de Madrid ya que cada bache que no podía evitar coger el conductor de la guagua era un ¡AY! de mi madre entre vómitos por tan espléndido, apacible y corto viaje. Es la forma que tiene la pobre de agradecer tan lindo paseo. Podía haber hecho el saludo hawaiano, pero no tenía fuerzas para levantar el dedo.
Para terminar la jornada, y como no tenía nada que hacer, decidí pasarme por la farmacia del barrio para recoger los medicamentos del tratamiento dado por la doctora, pero míra tú por dónde (como le dijo la condesa al conde) que las recetas no valen porque van escritas a mano y el nombre de la paciente está escrito en minúsculas y el nombre del medicamento en mayúsculas, lo que puede dar lugar a fraude al no poder comprobar si lo uno y lo otro está escrito por el mismo galeno.
A estas horas de la noche, después de haber pasado medio día trabajando, otro medio con mi madre entre hospital, guagua y en su casa organizándo en lo posible su bienestar y con un montón de cosas por hacer estoy pensando en si mejor me corto las venas o por lo contrario me las dejo largas y me hago unas rastas con ellas. Se admiten sugerencias. Yo estoy por las rastas, siempre me ha gustado destacar.
Ahora en serio, ¿no os parece esto sacado de alguna pelicula de Fellini, o de una española de los cuarenta? Pepe Isbert y Toni Leblanc diciendo aquello de "ya verá como sí que puede, esto lo hago yo todos los días".

Besos